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Vivir en equilibrio


He vivido en grandes y bulliciosas ciudades durante buena parte de mi vida adulta: once años en New York y nueve en Bogotá, Colombia. Poco a poco, casi sin darme cuenta, me fui convirtiendo en una mujer urbana.



Habiendo vivido mis primeros diecisiete años en el majestuoso desierto alto y seco de New México, los años que viví en estas ciudades capitales me parecieron muy emocionantes: la energía acelerada, los restaurantes, los infinitos eventos sociales, el entretejido cultural, «lo mejor» de «lo más nuevo» de «lo más grandioso».

Sin embargo, con el tiempo, noté que esta cotidianidad hacía mella conscientemente en mí. Si pensaba seria y honestamente en esta realidad, notaba que me estaba sintiendo triste, agotada y desconectada. Como hija de La Gran Madre Tierra, echaba de menos los cielos abiertos, los amaneceres y las puestas de sol, el sonido del viento y de los pájaros, los innumerables olores de la tierra, sentir el cambio de las estaciones, encontrar hierbas y flores comestibles; la calma y paz que sentía cada vez que tenía la oportunidad de escapar de las selvas de cemento para volver a acurrucarme en los brazos de La Divina Madre Naturaleza.

Eso era lo que necesitaba. Todos los seres nos sentimos mejor cuando estamos con Ella, la que nos proporciona lo que necesitamos para sobrevivir, y más. La Divina Madre que nunca para de dar, la que ejemplifica el amor incondicional. Cuando estamos más cerca y conectados con Ella, nuestros sistemas nerviosos se ralentizan, los pulmones reciben el fresco Prana, nuestras mentes se calman y las palpitaciones de nuestros corazones se alinean con las suyas y las de todos los seres. Mientras estamos unidos a Ella, cantamos juntos el Gran Mantra de la Unificación: So Ham, Ham Sa. «Yo soy tú, tú eres yo», «Yo soy eso, eso soy».

Esa experiencia y efecto que sentimos cuando nos acoplamos de nuevo con la Naturaleza, es un recordar. Ella nos está enseñando a recordar quiénes somos. Que nosotros, al igual que el Universo, estamos hechos de los mismos cinco elementos: éter, aire, fuego, agua y tierra. Nuestros huesos, dientes y cabello están hechos de sus minerales terrestres. Nuestros músculos, grasa y sangre de sus aguas. Nuestro tracto digestivo, nuestro metabolismo, inteligencia y hormonas están hechos del poder transformador de su fuego. Nuestro oxígeno, fuerza vital, energía, mente y movimiento están hechos de sus aires vitales, y todos los espacios y lugares entre las células, los tejidos, los órganos, los pensamientos, la curación y la conciencia están hechos de su éter.




Cuando aprendí estos conocimientos, al profundizar en mis estudios de la ciencia sagrada del Ayurveda, volví a recordar quién era yo físicamente. Empecé a aprender cómo honrar esta realidad de «el yo» como una estructura viva que respira. Empecé a ser más consciente de mis sentidos y de cómo los trataba. Fui más consciente de mis hábitos y rutinas diarias para alinearme con el ciclo de todas las cosas en el mundo natural. Empecé a cuidar mi fuego interno con más amor para mejorar la digestión y la claridad de la mente. Empecé a aprender cómo balancear mi ser cada día, a escuchar, comprender, ajustar, alinear y, por lo tanto, a vivir. Esta es la razón por la que muchos se refieren al Ayurveda como «El arte de ser» o «El arte de vivir«, porque cada uno de nosotros es el conductor de su preciosa vida y cada día es una oportunidad para vivir un poco mejor, más pleno y conectado.

Descubramos juntos, a través de este viaje, el Swastha:

¡lo que realmente significa vivir en equilibrio, con armonía y salud!

Hari Om Tat Sat, Con Amor, Zarah Kravitz




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